-¡Por la memoria de su
madre! ¡Por lo más sagrado que tenga en el mundo (…) cúbrase usted la cabeza y
aléjese más que de prisa de esta cruz! ¡Tan desesperado está usted que, no
bastándole la ayuda de dios, recurre a la del demonio!
(…)
Entre las sombras, a lo lejos, (…) se veían correr,
cruzarse, esconderse y tornar a aparecer para alejarse en distintas
direcciones, unas luces misteriosas y fantásticas, cuya procedencia nadie sabía
explicar.
(…)
Los asesinatos se multiplicaban, las muchachas
desaparecían, los niños eran arrancados de las cunas, a pesar de los lamentos
de sus madres, para servirlos en diabólicos festines (…)
-nuestro misterioso jefe
marcha siempre delante de todos. (…) cuando la sangre humea en nuestras manos,
como cuando los templos se derrumban calcinados por las llamas; cuando las
mujeres huyen espantadas entre las ruinas, y los niños arrojan gritos de dolor,
y los ancianos perecen a nuestros golpes, contesta con una carcajada de feroz
alegría a los gemidos, las imprecaciones y los lamentos.
(…)
Cátedra |
uno de sus guardas,
lanzándose sobre el reo (…) le abrió violentamente la visera. Un grito de
general sorpresa se escapó del auditorio
La cruz del diablo
Aquello no fue una
cacería. Fue una batalla espantosa: el monte quedó sembrado de cadáveres. Los
lobos, a quienes se quiso exterminar, tuvieron un sangriento festín.
(…)
tengo miedo (…), las
campanas doblan (…), las ánimas del monte comenzarán ahora a levantar sus
amarillentos cráneos de entre las malezas que cubren sus fosas..
(…)
Y
cerrando los ojos, intentó dormir…; (…). Pronto volvió a incorporarse, más
pálida, más inquieta, más aterrada. (…) el rumor de aquellas pisadas era sordo
(…) pero continuado, y a su compás se oía crujir una cosa como madera o hueso.
Y se acercaban, se acercaban (…) Beatriz lanzó un grito agudo, y rebujándose en
la ropa que la cubría escondió la cabeza y contuvo el aliento.
(…)
Después de una noche de
insomnio y de terrores (…) ya se disponía a reírse de sus temores pasados,
cuando de repente un sudor frío cubrió su cuerpo, sus ojos se desencajaron y
una palidez mortal descoloró sus mejillas: sobre el reclinatorio había visto,
sangrienta y desgarrada, la banda azul que perdiera en el monte, la banda azul que
fue a buscar Alonso.
El monte de las ánimas
los ojos verdes brillaban
en la oscuridad como los fuegos fatuos que corren sobre el haz de las aguas
infectas…, “Ven, ven…”. Estas palabras sonaban en los oídos de Fernando como un
conjuro. “Ven…”, y la mujer misteriosa lo llamaba al borde del abismo donde
estaba suspendida (…)
Fernando dio un paso hacia ella…, otro, y sintió unos
brazos delgados y flexibles que se liaban a su cuello, y una sensación fría en
sus labios ardorosos, un beso de nieve…, y vaciló…, y perdió pie, y cayó al
agua con un rumor sordo y lúgubre.
Los ojos verdes
El órgano proseguía sonando; pero sus voces se apagaban
gradualmente, como una voz que se pierde de eco en eco y se aleja y se debilita
al alejarse, cuando sonó un grito en la tribuna, un grito desgarrador, agudo,
un grito de mujer.
El órgano exhaló un sonido discorde y extraño, semejante
a un sollozo, y quedó mudo.
(…)
-Tengo… miedo (…) de una
cosa sobrenatural… Anoche, (…) vine al coro… sola… (…)
“La iglesia estaba desierta y oscura… Allá lejos, en el
fondo, brillaba (…) una luz moribunda…,; (…) A sus reflejos debilísimos, que
solo contribuían a hacer más visible todo el profundo horror de las sombras,
vi…, (…) vi un hombre que, en silencio, y vuelto de espaldas hacia el sitio en
que yo estaba, recorría con una mano las teclas del órgano, mientras tocaba con
la otra a sus registros…, y el órgano sonaba, pero sonaba de una manera
indescriptible. Cada una de sus notas parecía un sollozo (…).
El horror había helado la sangre de mis venas; sentía en
mi cuerpo como un frío glacial, y en mis sienes fuego… Entonces quise gritar,
quise gritar, pero no pude. El hombre aquel había vuelto la cara y me había
mirado…
(…)
-¡Miradle! ¡Miradle! (…)
Todo el mundo fijó sus miradas en aquel punto. El órgano
estaba solo y, no obstante, el órgano seguía sonando…
Maese Pérez el organista
-Pero, ¿qué hacéis?
¿Adónde vais con una noche como esta? (…)
-¿Adónde voy? A oír esa
maravillosa música, a oír el grande, el verdadero Miserere, el Miserere de
los que vuelven al mundo después de muertos y saben lo que es morir en el
pecado.
(…)
Parecía como un esqueleto de cuyos huesos amarillos se
desprende ese gas fosfórico que brilla y humea en la oscuridad con una luz
azulada, inquieta y medrosa.
(…)
Mal envueltos en los jirones de sus hábitos, caladas las
capuchas, bajo los pliegues de las cuales contrastaban con sus descarnadas
mandíbulas y los blancos dientes las oscuras cavidades de los ojos de sus
calaveras, vio los esqueletos de los monjes (…) salir del fondo de las aguas y,
agarrándose con los largos dedos de sus manos de hueso a las grietas de las
peñas, trepar por ellas hasta tocar el borde, diciendo con voz baja y
sepulcral, pero con una desgarradora expresión de dolor (…):
-Miserere mei,Deus, secundum magnum
misericordiam tuam!
(…)
-In iniquitatibus conceptus sum; et in pecatis concepit me mater mea.
Al resonar este versículo
(…) se levantó un alarido tremendo, que parecía un grito de dolor arrancado a
la humanidad entera por la conciencia de sus maldades; un grito horroroso,
formado de todos los lamentos del infortunio, de todos los aullidos de la
desesperación, de todas las blasfemias de la impiedad; concierto monstruoso,
digno intérprete de los que viven en el pecado y fueron concebidos en la
iniquidad.
El Miserere
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