sacó
del bolsillo una mano disecada. Era una mano horrible, negra, seca, muy larga y
como crispada. Los músculos extraordinariamente poderosos, estaban sujetos por
una tira de papel apergaminada. Las uñas amarillas, estrechas, permanecían en
la punta de los dedos.
Todo aquello olía a algún tipo de
crimen
(…)
-¡Han
asesinado a mi pobre amo!
(…)
Dos médicos conversaban junto a la cama
donde Pierre yacía sin conocimiento. No estaba muerto, pero su aspecto era
horrible. Tenía los ojos desmesuradamente abiertos, y sus pupilas dilatadas
parecían mirar fijamente algo espantoso y desconocido. Sus dedos estaban
agarrotados (…)
En su cuello se veían las huellas de
cinco dedos que se habían hundido profundamente en su carne. Unas gotas de
sangre manchaban la camisa.
De pronto, algo me llamó la atención.
Miré la campanilla de la alcoba y descubrí que la mano disecada ya no estaba
allí.
Fragmento extraído de
Cuentos de fantasmas, VVAA, Editorial Oxford
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